“Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto (…) Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río. Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años, estaba allí, presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo”.
Raúl Scalabrini Ortíz.
Hacía ya casi ocho meses que el gobierno de Mauricio Macri había asumido. En tan corto tiempo, la Nación ya estaba encadenada a la Deuda Externa, la pobreza había escalado estrepitosamente, el hambre y la desocupación se multiplicaban cada día. La pavorosa situación social expulsaba a decenas de familias al ostracismo. En tal contexto, el 7 de agosto de 2016, los Movimientos Populares movilizaron hacia Plaza de Mayo para exigir Salario Universal y la declaración de Emergencia Social.
Aquel 7 de agosto, más de 100 mil trabajadores/as nucleados/as en la CTEP, la CCC y Barrios de Pie se movilizaron desde el Santuario de San Cayetano en Liniers hacia la Plaza de Mayo reclamando por sus derechos históricamente postergados. Junto a las organizaciones de la Economía Popular, peregrinaron sindicatos de la Confederación General del Trabajo y las dos vertientes de la Central de Trabajadores/as de la Argentina. Una extraordinaria manifestación de la religiosidad popular se movilizaba con pancartas improvisadas, banderas raídas, cantos enérgicos; las imágenes de la Virgen María, Eva Perón, el Papa Francisco y los mártires de la iglesia se entreveraban con las pancartas sindicales en un todo armonioso. Era la expresión de las necesidades presentes y pasadas aunadas en la lucha común de la clase trabajadora.
Por décadas, la Economía Popular había sido una realidad oculta entre la inmensa red de privilegios que imperó e impera en la Argentina desde los orígenes mismos de la nacionalidad. Día tras día, recicladores, trabajadoras del cuidado, pequeños agricultores, cartoneros, feriantes; campesinos sin tierra, familias sin techo, cooperativistas sin recursos, merenderos sin amparo; la inmensa multitud de invisibilizados/as heridos/as en su dignidad, irrumpen enérgicamente en la vida política del país aquel 7 de agosto de 2016. Lo hacen a través de inmensas organizaciones que, hasta ese día, eran menospreciadas por los grandes centros de poder del país. Su programa era claro: techo, tierra y trabajo para las y los excluidos. La Economía Popular se hizo manifiesta como sujeto colectivo de peso político y sindical efectivo. Para los dueños del privilegio, tamaña expresión fue entendida como un escándalo desproporcionado. Sólo en aquel 17 de octubre del 45’ se percibió tal desconcierto entre las castas opulentas dueñas del país: la periferia se desplazaba hacia el centro; las y los de abajo golpeaban el techo con rudeza; las y los marginados existían, y estaban organizados.
La reacción resulta ostensible. El “descarte” de grandes porciones de la sociedad era el resultado inevitable de la implementación del programa neoliberal aplicado entre 1976 y 2003. El imperio del Capital especulativo dispensó de la producción y el trabajo como grandes generadores de riquezas, desechando a millones de seres humanos del sistema. Descartados/as, hombres y mujeres sin destino aparente, comenzaron lentamente a crear nuevas formas de trabajo para su subsistencia. Fuera del “mercado laboral”, el descarte social no debía constituir peligro alguno: si el gran problema de la oligarquía para perpetuar el programa de la factoría agroexportadora era la potencia sindical del Movimiento Obrero heredada del peronismo, la eliminación de la industria -y su inmediata consecuencia, el exterminio de millones de puestos de trabajo- resultaba extraordinariamente práctica, ya no sólo como método para someter al país a la dependencia crónica, sino para neutralizar la potencia numérica del Movimiento Obrero. La necesidad de eliminar a la Clase Trabajadora en la Argentina convirtióse en una obsesión para nuestras clases dominantes. El error de cálculos fue catastrófico. La idea de que “trabajador” es aquel que vende su fuerza de trabajo fue arrasada por la realidad que se imponía sobre la pretensión de invisibilizar la creciente masa de desocupadas y desocupados que, día tras día, iba creando nuevas modalidades de trabajo autónomo, novedosas ramas productivas, potentes organizaciones gremiales: la Economía Popular rompía las barreras de las categorías tradicionales de un sistema económico, político y cultural en franca decadencia. La organización fue la reacción natural de quienes no se vieron representados por las instituciones clásicas. Las asociaciones sindicales clásicas, las instituciones públicas y civiles, el arco entero de partidos políticos; nadie comprendió el clamor de la periferia hasta que se hizo manifiesto.
Las primeras experiencias comenzaron mucho antes del estallido del 2001. La tierra arrasada dio sus frutos en forma lenta pero continua. La memoria histórica del Pueblo argentino conduce a la organización como reacción natural hacia los abusos de las clases opulentas. Así ocurrió. La creciente concentración del poder económico y financiero obligó a los emergentes movimientos populares a unirse en organizaciones de mayor envergadura. La Confederación de Trabajadores/as de la Economía Popular fue el resultado de la necesidad de las organizaciones sociales de contar con una estructura gremial de volumen capaz de defender los derechos y conquistas de las clases subalternas. En un mundo donde el 1% de sus habitantes concentra más del 70% de la riqueza; donde las poblaciones marginales del globo se ven obligadas a migrar por las guerras fratricidas y la miseria causadas por los remanentes del colonialismo financiero; donde alrededor de 1500 millones de seres humanos residen en asentamientos informales, de los cuales el 75% son migrantes o desplazados; donde las condiciones económicas del llamado Tercer Mundo encadena a más de 50% de sus trabajadores y trabajadoras a la economía informal, el nacimiento de una fuerza sindical organizada de las dimensiones de nuestros movimientos populares constituye una verdadera amenaza.
Aquella tarde, la unidad de la Clase Trabajadora se materializó en una caravana interminable de trabajadores y trabajadoras. Tras un largo período de fragmentación –la división de las organizaciones libres del Pueblo ha sido una constante en el accionar de la superestructura cultural oligárquica–, las calles de la Ciudad de Buenos Aires atestiguarían en silencio la comunión de una Clase que avanzaba desde Liniers hacia la histórica Plaza de Mayo. Mientras el sector político-partidario del movimiento se mostraba incapaz de enfrentar los embates de la restauración conservadora desatada el 10 de diciembre de 2015, las y los trabajadores demostraban que la unidad era posible. La madurez organizativa y política de las organizaciones libres del pueblo se plasmó en las consignas de la multitud allí presente. “El monopolio necesita imperiosamente trabajar sobre nuestras ideas, necesita a la clase trabajadora fragmentada (…) Nosotros vamos a trabajar imperiosamente para la unidad” –sentenció enérgicamente Esteban “Gringo” Castro, secretario general de la CTEP, ante una plaza colmada– “No puede haber ningún campesino sin tierra, ninguna familia sin vivienda, y no podemos tener ningún trabajador sin derechos. Para eso es la unidad”. Techo, Tierra y Trabajo, “las tres T”, sería la síntesis del programa político que las trabajadoras y trabajadores de la Economía Popular intentarían llevar adelante.
Meses después, los Movimientos Populares lograrían su primer gran triunfo sindical. La Ley de Emergencia Social se sancionaría el 14 de diciembre de 2016. Las organizaciones de la Economía Popular habían logrado torcerle el brazo al gobierno oligárquico como ninguna otra asociación política o sindical hasta el momento. La potencia numérica de la masa trabajadora y la virtuosa actuación de sus dirigentes habían preparado el éxito.
La jornada del 7 de agosto cumplió una doble función progresiva en la lucha contra el gobierno de Mauricio Macri: por un lado, puso a los Movimientos Populares en escena en forma permanente; por el otro, fue el primer paso hacia la unidad de la Clase Trabajadora que se plasmaría en las calles durante todo el cuatreño liberal oligárquico.
Si el 17 de octubre fue la irrupción de las multitudes obreras en la Historia argentina, el 7 de agosto de 2016 significó la manifestación de un sector de la Clase Trabajadora que había sido deliberadamente invisibilizado durante décadas. Fue el quiebre definitivo de la división entre las viejas estructuras del Movimiento Obrero y la nueva configuración de una Clase que comenzaba a plantar bandera.
Las palabras del Papa Francisco en su histórico mensaje a los Movimientos Populares en Bolivia fueron llevados a la práctica por ellos, los y las humildes de esta tierra:
"Me atrevo a decir que EL FUTURO DE LA HUMANIDAD está en gran medida EN SUS MANOS. En su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas en la búsqueda cotidiana de las "Tres T" (techo, tierra y trabajo) y también en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio: cambios regionales, cambios nacionales y cambios mundiales... ¡No se achiquen!", dijo... Y no se achicaron.