Por: Camilo Porto Rojas

Durante toda nuestra historia, el Pueblo ha debido pagar los costos de la depredación oligárquica. Perseguidos, deportados, enviados a la frontera en guerras fratricidas entre hermanos, atados al alambrado de alguna estancia o fusilados en una esquina de la Ciudad, violadas por el hijo del Patrón o torturadas en las celdas de las cárceles. Hasta 1943, ser trabajador/a era andar por la vida con un certificado de defunción bajo el brazo. Si la expectativa de vida de un obrero urbano era ínfima, la del trabajador y la trabajadora rural era pavorosamente inferior; el salario apenas alcanzaba a cubrir los costos alimentarios indispensables para que el trabajador vuelva al taller al día siguiente; la organización sindical (predominantemente urbana) permanecía por fuera de la Ley. De esa masa encarnizada, agraviada en su condición humana y agredida por el conjunto de las instituciones del orden oligárquico; de esa multitud anónima de mujeres y hombres, derrotados por la avaricia de los dueños de todo; de esa mayoría invisibilizada por los libros, la ciencia, las jerarquías religiosas y el poder político de aquella Argentina injusta, esclavizada y dependiente, emergería la mujer más grande de la Historia americana.
Este 26 de julio se cumplen 68 años de la trágica partida de Eva Perón, abanderada de los humildes, antorcha de los humildes, de los “sin voz”.
La primera impresión que surge de Eva Perón es su protagonismo ante el Pueblo, ante la ancianidad desposeída, ante la infancia privada de felicidad. En los tiempos de la Factoría Pampeana, la privación era el Dogma imperante para quien nacía pobre. Para él son los calabozos, para él las duras prisiones; en su boca no hay razones, aunque la razón le sobre. Que son campanas de palo las razones de los pobres”. Aquellos versos del Martín Fierro, serían la realidad cotidiana de las grandes mayorías populares durante más de medio siglo. El "no nos dejan"... la privación de todo, el privilegio. Recuerdo una frase de mi infancia: "no es para nosotros". ¿Cuántos padres y madres han tenido que decirles con inmenso dolor a sus críos “eso… no es para nosotros”? En la Argentina pre-peronista, no había Derechos, sino Privilegios: privilegios de Clase, privilegios de étnicos y privilegios de género. Los hombres y las mujeres trabajadoras, los desposeídos, ardían en la necesidad crónica desde el momento mismo de su nacimiento hasta la ancianidad prematura que los hallaba más desahuciados/as que nunca.
Contra aquel sentimiento claro, material, tangible al padecer de las multitudes que es la necesidad, se levantó radiante la figura de Eva Perón, quien entregó todo, hasta la vida misma, en pos de extirparlo del sentir de las y los pobres. Las prohibiciones, con Eva, dejarían de ser Dogma para transformarse en cuestionamiento permanente; los “privilegios”, en enemigos comunes de la “raza de los pueblos”, como así la llamaba.
Desde muy temprano, Evita comenzará a sentar las bases de la revolución social. Lo hará con los pobres, las desposeídas, la infancia arrebatada y la ancianidad negada; lo hará con todos y todas aquellas que han quedado fuera de todo. Toda su prédica se orienta inexorablemente hacia la supremacía del Ser Humano por sobre el Capital. Desde la Fundación Eva Perón, dinamizó el empoderamiento social: “donde hay una necesidad, hay un Derecho” sería la consigna que marcaría el accionar de su obra hasta el día de su muerte.
La labor social y política de Eva Perón marcó a fuego la conciencia de las y los oprimidos. A más de medio siglo de su partida, los hogares pobres de la Nación mantienen su memoria viva, como una llamarada inextinguible por los siglos de los siglos.
Idelina es una mujer humilde de la provincia de Formosa, a la que he tenido el placer de conocer. Una anónima más en el cuerpo social inmenso en que hoy reencarna la figura de Evita. Al solicitarle unas palabras, lo primero que aclaró es que a “Evita” la bautizó así su Pueblo. “Ella se hizo querer por sus luchas a favor de los humildes”, aseveró. “Para nosotros, ella significó Lo Más.
Gracias a ella, nosotras somos reconocidas como un ser útil; gracias a ella tenemos documento nacional de identidad, somos votantes, tenemos voz y voto. Era una mujer inigualable. Nos dejó para siempre su legado, cada vez aprendemos más cosas de ella. La tenemos en nuestro corazón por siempre… Para nosotros significó mucho, mucho más… porque aprendemos muchas cosas de ella. Fue una mujer que luchó siempre por la humildad, por la familia humilde”. Testimonios como los de Idelina abundan entre las familias humildes del país profundo. Eva los comprendió como nadie: "Es lindo vivir con el pueblo. Sentirlo de cerca, sufrir con sus dolores y gozar con la simple alegría de su corazón. Pero nada de todo eso se puede si previamente no se ha decidido definitivamente encarnarse en el pueblo, hacerse una sola carne con él para que todo dolor y toda tristeza y angustia y toda alegría del pueblo sea lo mismo que si fuese nuestra. Eso es lo que yo hice, poco a poco en mi vida. Por eso el pueblo me alegra y me duele. Me alegra cuando lo veo feliz y cuando yo puedo añadir un poco de mi vida a su felicidad."
Saber qué significó Evita para el Pueblo es saber escuchar a las familias humildes de nuestro país. Nada, sino la voz de ellos servirá de termómetro para apreciar su incansable lucha por la felicidad de los de Abajo. Quizás, al desproporcionado amor de sus Pueblo, solo pueda asemejársele en dimensión el impúdico rencor de las castas privilegiadas de nuestra tierra.
Pocos seres en nuestra Historia fueron tan odiados/as por los dueños del privilegio como Eva Perón. Su existencia misma resultaba intolerable para los Doctores de la Ciudad Puerto, para la apátrida clase política, para los círculos de oficiales del Ejército, para la moral clasista del Alto Clero, para la frenética estudiantina liberal de los claustros universitarios. De estos últimos se recuerda la cobarde golpiza que le propinaron cuando en los albores del 17 de octubre, al grito de “la Puta de Perón”, un grupo de jóvenes de la Facultad de Derecho la bajaron del vehículo en que viajaba para agredirla. Expresiones como esta no eran sino la antesala de la reacción encaramada de las Bestias que, años más tarde, pintaría en los muros de la ciudad aquella terrible frase… “Viva el Cáncer”. El odio de nuestras Clases Dominantes hacia Evita era ostensible. Aquella mujer pobre, hija ilegítima,
provinciana… quebró los resortes jurídicos, políticos y culturales de la Argentina Semicolonial, aquella inmensa red de intereses burocráticos estructurados en función de impedir, precisamente, que las clases oprimidas se acerquen al Poder. ¡Era un verdadero escandalo! Aquella insubordinación descarada, aquella insolencia con que se dirigía a los dueños de todo sin respeto alguno, aquella actitud altiva con que le paraba la mano al agresor de los y las desdichadas era, efectivamente, imperdonable.
La tarea militante de Eva Perón, verdaderamente ciclópea, ha sido y es escuela para generaciones de militantes del Movimiento Nacional que sienten en su cuerpo el ardor de su legado. De ella emerge la organización social que hoy hermana a las grandes mayorías populares. Son ellas y ellos, las hijas e hijos de aquellos que aquel 26 de julio de 1952 lloraron océanos de lágrimas por la partida de su amada Evita, quienes hoy se organizan para construir comunidad, para crear nuevas formas de trabajo; para montar una cooperativa, un merendero o una huerta agroecológica; para enseñar un oficio, brindar cuidados o reciclar el descarte de los pudientes. Eva Perón ha dejado un Pueblo en movimiento que no descansará hasta haber cumplido aquella vieja consigna que tanto ha irritado a los privilegiados de todas las épocas: “que cada día, los ricos sean menos ricos y los pobres, menos pobres”.